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“Vivimos tiempos de declive de la esfera pública o desplazamiento del centro de gravedad de la centralidad cívica desde las instituciones y los espacios públicos al dominio privado.
Las élites urbanas tienden a retirarse del ámbito público, tanto en términos geográficos como en su compromiso con la ciudad, y los actores de la nueva economía utilizan la infraestructura urbana pero carecen de un proyecto de sociedad y una idea de ciudad. Ello es fruto de la carencia de valores de naturaleza colectiva asociada a los sectores globalizados de la economía red.
En el ámbito espacial, todo ello se traduce en la obsolescencia de las expresiones convencionales de lo público: avenidas, parques, plazas, equipamientos e infraestructuras. Esto es sustituido por ámbitos privados capaces de movilizar y congregar de manera flexible las diversas formas de vida colectiva, particularmente en torno al consumo, entretenimiento y acontecimientos deportivos y culturales.
No debe extrañar por ello que en Madrid, como alternativa al espacio programado para el consumo, lo público tienda a manifestarse en espacios precarios y aleatorios (estaciones, aeropuertos, playas, aparcamientos...) con mayor vivacidad que en los espacios colectivos convencionales.
El desplazamiento del ocio de fin de semana a los polígonos industriales periféricos; la transformación de los aparcamientos vacíos de los centros comerciales en lugares de encuentro juvenil, o la apropiación festiva del parque del Oeste por inmigrantes latinos, ejemplifican la capacidad de la vida colectiva para recrearse constantemente aun entre los pliegues más inciertos de la metrópoli.
En este nuevo contexto, la expresión contemporánea de la vida pública no puede ya sustentarse sobre las dimensiones o protagonismo simbólico de la arquitectura, sino reinventando su capacidad para dar un referente colectivo al archipiélago de estratos y pliegues en que se manifiesta la construcción social de la ciudad.”

EZQUIAGA, JOSÉ MARÍA. Bajo los adoquines hay playas. En diario El País. Madrid, 2 de noviembre de 2007.
Parece deseable la gestación y el mantenimiento de un carácter proyectual adicto a la emoción que aporta el descubrimiento, una atención máxima a lo último para proponer lo siguiente, una capacidad infinita para poner en duda y reformular posiciones. Escoltado por estas pautas, el urbanista contemporáneo se manifiesta como un explorador de lo inexplorado, un amante del desafío, un detective de la parte incierta de los procesos.

La trascendencia marca a fuego los paradigmas urbanísticos. Todas las disertaciones se encaminan a la enunciación de criterios globales, que incluso si albergan parámetros locales que conllevan cierta variabilidad, se intentan pautar desde directrices generales. En su gran mayoría, el crecimiento se desarrolla mediante nuevas masas que se añaden más allá del tejido existente, lo cual polariza el paisaje urbano en centro y periferia, con estrictos roles asociados.
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¿Qué mundos intermedios son posibles? ¿Tiene sentido intentar abordar el urbanismo desprovistos de léxicos trascendentalistas? Estructuras de trabajo, acción transdisciplinar, innovación construida, ¿qué papel juegan en la reformulación del territorio?